Se armó la estampida, todos salen escopetados por la calle limitante entre las bien urbanizadas últimas casas del pueblo, donde se aprecia ese contraste característico al limitar con el espacio dedicado al cultivo y la pastura exhibida en su entorno más rural.
Al girar la esquina de la manzana situada en la esquina del poblado, todos y cada uno de nosotros se dirige hacia su caballo. Son todos caballos negros y atléticos, una raza tan noble que te asombra tal perfección, y todos ellos agrupados mirando hacia la misma dirección, expectantes de la marabunta que se dirige hacia ellos.
Los primeros en llegar han tenido su puesto asegurado montando con habilidad y sin mirar hacia detrás. Parece que todos montan en los primeros y empiezan a cabalgar, ya han girado la calle y cada vez quedan menos de ellos. Me invade una sensación; “el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos”, y como inconstancia impregnada, veo tal preciosidad mirando que una especial y profunda conexión me incita a montarme en él y confiar plenamente en su potencial. Entonces agarrado a sus riendas emprendemos el galope.
Cada vez son más y vemos pasar a más y más de ellos. Vamos bien, alcanzando incluso a los más rápidos hasta que se hace un silencio relajante, aún a pesar de la velocidad de mi caballo.
La carrera ahora pasa lentamente, este caballo que galopa sabe que está decidido a ganar, parece que vamos solos por la calle. Entonces se oye un alboroto, un sonido en alguna parte de la ciudad. Me pregunto que será pero veo que mi caballo va directo y el sonido se oye cada vez más fuerte.
Allá parece que termina esta larga calle. Ya se distingue el sonido, es de trompetas y tambores sonando canciones de marcha guerrera. La calle se va inundando de gente que camina, una procesión marca el trayecto que todo el mundo sigue y es un espectáculo asombroso. Me doy cuenta que estamos en mitad de una fiesta patronal. Me encuentro en medio de esa celebración, es una ciudad totalmente medieval. Las piedras con las que están construidos los muros de las fachadas también lo señala. Entonces parece que este es el final del camino, esta fiesta creo que no nos va a dejar pasar, pero tras el hueco que nos deja la fila de gente que marca el camino de la procesión. Pasando entre los soldados, acróbatas, músicos, bailarines y demás personajes variopintos, parece que sin armar mucho escándalo, podemos cruzar y echarnos a un lado.
Mi caballo está algo agitado, así que entre el pasillo que se abre entre la fachada parece que podemos acercarnos al muro que sostiene un arco de medio punto, relajarnos y reposar un poco. Pero la gente pasa por las dos calles y veo que el caballo crece y crece y se hace cada vez más y más grande, me aprisiona contra el muro, mi pierna izquierda está totalmente bloqueada y con la cabeza estoy tocando el techo, si me descuido me aplasta. ¡Hay que salir de ahí!.
De repente parece que ya ha pasado la procesión y van todos a seguirla. Se oye cada vez menos el sonido de la multitud, dejando el leve eco de los tambores.
Así que salimos a la calle, cruzamos y nos metemos en un jardín justo al otro lado. ¡Qué jardín! Se puede apreciar la estatua de la cabeza de un gran personaje, posada en un pedestal. E incluso seguramente atraviese el parque y tras esos sauces encuentre un río. Pero es hora de bajar del caballo, quitarle las riendas y dejarlo correr libre por la hierba. ¡Cuánto corre! Está corriendo tanto que parece un galgo y el aire húmedo de esta estación primaveral, hace ondear el largo cabello de su crin.
Ya veo que tu mirada es muy inocente y te lo pasas muy bien con tu nueva amiga, ambos corréis dibujando círculos alrededor de mí.
¿Qué es lo que veo? ¡Los caballos se han vuelto blancos!
Entonces saliendo de la flora verde del jardín te encuentro más guapa y atractiva que nunca. Vienes a posarte sobre el trozo de césped en el que me encuentro, entonces me aproximo a darte un beso y tus labios son muy carnosos, mucho más que los míos. Así que sigo besándote y sintiendo los caballos corriendo alrededor de mí.
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